Por Robert P. George, Sherif Girgis y Ryan T. Anderson
El atractivo discurso de los defensores de los derechos civiles sobre la «igualdad para el matrimonio» esconde un error acerca de su esencia.
Claro que si el matrimonio fuera el simple reconocimiento de los lazos de afecto o romance, entonces dos hombres o dos mujeres podrían formar uno al igual que un hombre y una mujer. Sin embargo también lo podrían hacer tres o más como sucede en las relaciones grupales (‘poliamorosas’).
En ese caso, sería injusto reconocer las uniones entre personas de diferente sexo y no las relaciones entre personas del mismo sexo o las poliamorosas: se les negaría la igualdad.
Sin embargo, el matrimonio es mucho más que un lazo sentimental con «tu persona número uno», citando al defensor de la unión entre personas del mismo sexo, John Corvino. Así como el acto que consuma el amor marital también crea nueva vida, el matrimonio es una unión de muchos niveles —físicos y sentimentales— que puede satisfacerse a través de la procreación y la vida familiar. Eso es lo que justifica las normas específicas a él —monogamia, exclusividad, permanencia— y el concepto de consumación conyugal a través del coito en pareja.
Esto también explica y respalda la intervención del gobierno.
Las autoridades no atienden a las relaciones por sí mismas, ya sean románticas o de otra clase. Sin embargo, tienen poderosas razones para asegurarse de que cuando sea posible, los hijos sean criados por la madre y el padre de cuya unión obtuvieron la vida.
Todos los seres humanos son iguales en cuanto a la dignidad y deberían serlo ante la ley. Sin embargo, la igualdad solo prohíbe las distinciones arbitrarias. No hay nada arbitrario en maximizar las oportunidades de que un niño tenga el amor de sus padres biológicos en un lazo comprometido y exclusivo.
Una cultura del matrimonio sólida sirve a los niños, a las familias y a la sociedad al cumplir con el ideal de que todos tengamos una madre y un padre.
De hecho, si ese no es el fin público de la ley sobre el matrimonio, entonces se puede acusar a los seguidores del matrimonio entre personas del mismo sexo de ser «injustos» e «intolerantes».
Si el matrimonio solo es ese lazo sentimental «tan importante» para ti —de acuerdo con las reveladoras palabras del juez de circuito que desechó la Propuesta 8 en California—, entonces además de los gustos personales o las preferencias subjetivas de una pareja, no habría razón alguna para considerar que el matrimonio es un compromiso de permanencia. O un acuerdo sexualmente exclusivo. Ni podría limitarse a dos cónyuges, o dedicarse a la vida familiar y responder a sus demandas.
En este caso, todos esos argumentos que aplican para la unión marital entre dos hombres —la igualdad, la remoción de estigmas, la extensión de las prestaciones económicas— también deberían ser reconocidos para los tríos románticos. Sería injusto negar tal reconocimiento —violaría el sentido de equidad— si el matrimonio se formara con un compromiso basado en la compañía sentimental.
Pero no se dejen convencer por nuestros argumentos. Muchos líderes prominentes de la campaña que busca redefinir al matrimonio presentan exactamente los mismos argumentos. (Damos muchos ejemplos más y citas completas en el reporte informativo acerca de los peligros de redefinir el compromiso marital que presentamos ante la Suprema Corte).
La profesora Elizabeth Brake, de la Universidad de Calgary, apoya un «matrimonio mínimo», en el que las personas distribuyen las tareas que elijan entre cualquier cantidad de parejas de cualquier sexo.
La profesora Judith Stacey, de la Universidad de Nueva York, espera que la redefinición del matrimonio le dé a esta institución «un perfil más variado, creativo y adaptable…» que lleve a la aceptación de «matrimonios grupales pequeños». En el manifiesto titulado Más allá del matrimonio entre personas del mismo sexo, 300 importantes eruditos y activistas de la comunidad «LGBT y aliados» pidieron que se reconocieran las relaciones con múltiples parejas.
El influyente columnista y fundador del proyecto It Gets Better, Dan Savage, anima a los cónyuges a adoptar «una actitud más flexible» respecto al sexo extramarital. La periodista Victoria Brownworth predice alegremente que los matrimonios entre personas del mismo sexo «debilitarán a la institución marital».
«Ciertamente será así», dice, «y eso hará que el matrimonio sea un concepto mucho mejor de lo que ha sido».
El escritor Michelangelo Signorile urge a las parejas del mismo sexo a que «exijan su derecho a casarse no como una forma de adherirse a los códigos morales de la sociedad, sino para echar por tierra un mito y alterar radicalmente una institución arcaica».
Deberían «luchar por los matrimonios entre personas del mismo sexo y sus beneficios y una vez que lo logren, redefinirlo por completo, ya que el acto más subversivo que pueden ejecutar las lesbianas y los gays… es transformar por completo la noción de ‘familia'».
Estos importantes defensores tienen razón.
El hecho de redefinir el matrimonio erosionaría aún más sus normas centrales y debilitaría a una institución que ya está afectada por los divorcios generalizados, la procreación de hijos fuera de la relación marital y otros asuntos similares.
La gente que piensa que eso sería bueno para los niños, las familias y la sociedad generalmente debería de apoyar la «igualdad para el matrimonio». La gente que piensa diferente no debería de creer en ese engañoso discurso.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente aRobert P. George, Sherif Girgis y Ryan T. Anderson.
Nota del editor: Robert P. George es profesor invitado en la Escuela de Derecho de Harvard y profesor de la cátedra McCormick de Jurisprudencia en la Universidad de Princeton. Sherif Girgis es candidato al doctorado en Filosofía en Princeton y candidato al doctorado en Derecho en la Escuela de Derecho de Yale. Ryan T. Anderson es becario en la Fundación Heritage. Son los autores de un nuevo libro:What Is Marriage? Man and Woman: A Defense.