“No pude, no pude realizar abortos”. Alicia Thompson es una ginecóloga y obstetra que llegó al tiempo de residencia de Medicina siendo una “firme defensora del derecho de la mujer a elegir el aborto” hasta que pudo ver en primera persona cómo funciona y a conocer al detalle, científicamente hablando, lo que ocurre en el útero de una mujer durante el embarazo.
Esta doctora no era religiosa. Aunque sus padres nominalmente eran cristianos, en la práctica eran una “familia agnóstica”. Pero precisamente, en el momento que se enfrentó al aborto experimentó una gran crisis personal, espiritual y moral. Enfrentarse a preguntas relacionadas sobre la dignidad de la vida humana, sobre la muerte y la vida, y la posibilidad de acabar con una de manera tan sencilla le llevó a replantearse toda su existencia.
Así fue como llegó la pregunta sobre Dios. Las respuestas las empezó a recibir en una iglesia cristiana, aunque no era suficiente. Y ante esta necesidad de conocer finalmente un compañero le regaló un Catecismo. Ahí encontró justamente lo que necesitaba y acabó ingresando en la Iglesia Católica en 2009.
Ahora mismo, la doctora Thompson es una ginecóloga provida y totalmente comprometida con la dignidad humana. Por ello, compareció en 2017 en el Senado del Estado de Ohio para explicar por qué había que prohibir el aborto por desmembramiento, en ese momento en discusión.
En su intervención ante los senadores estatales, Alicia Thompson explicaba que “para ilustrar lo particularmente inhumano y espantoso que es este procedimiento, permítanme un prefacio con el hecho de que al ingresar en mi residencia como obstetra-ginecólogo, era una firme defensora del derecho de la mujer a elegir el aborto. Tanto es así, que estaba abierta a la idea de capacitarme en abortos y ofrecerlos en mi futuro trabajo. Todo eso cambió cuando en mi labor diaria me enfrenté a la realidad del desarrollo humano en el útero”.
En el Senado, esta especialista aseguraba que al inicio de su residencia y tras “ver el movimiento espontáneo de la vida fetal a las 8 semanas comencé a reconocer la innegable humanidad de la vida dentro del útero”. Y lo decía una joven que había llegado allí siendo proabortista y planteándose incluso practicarlos ella misma.
Este hecho provocó en ella –reconoció en su intervención- “una crisis moral y filosófica”. Se preguntaba a sí misma en ese momento durante la residencia: “Si no hubiera nadie alrededor y nadie se enterara, ¿realizaría un aborto si esta paciente lo quisiera? La respuesta era no. No fue un grito de rabia ni de disgusto, sino una silenciosa resignación de que no podía realizar un aborto, porque en lo más íntimo de mi ser sabía que estaría mal”.
Más adelante –señalaba Thompson a los senadores- “esa idea abstracta se hizo más concreta con el paso del tiempo. A medida que aprendí sobre pérdidas de embarazos en edades gestacionales avanzadas, generalmente 14 semanas o más, los procedimientos se volvieron más difíciles técnicamente. Para asegurarse de que se extrae todo el feto, la placenta, el saco amniótico, etc., se utilizó la guía ecográfica. Ver las pinzas de agarre, el metal que brilla intensamente en la imagen en escala de grises, tocar una extremidad, tirar y luego ver que esa extremidad atraviesa el cuello uterino y la coloca en una bandeja es una experiencia cuya gravedad apenas se puede comprender”.
“No puedes evitar mirar hacia abajo y contar los dedos de los pies. Y no puedes evitar sentir la pesadez del dolor. Pero debes completar la cirugía. Después de extraer el feto miembro por miembro, es probable que haya extraído gran parte de los órganos abdominales, pero los obtendrá con la succión después de que salga la cabeza, que es la parte más grande y firme. Entonces se utiliza el instrumento en la bandeja quirúrgica, cuyo propósito es aplastar el cráneo. Es más difícil de lo que hubiera imaginado. Todo parece tan bárbaro. Sentí como si hubiera profanado un cadáver. Y no pude entender cómo un proveedor (de abortos) podía hacer eso intencionalmente en un ser humano vivo”, agregaba.
Esta experiencia la llevó a reflexionar profundamente sobre el sentido de la vida. “¿Cuál es mi papel como médico y como ser humano en la defensa de esa dignidad de todo ser humano?”, se preguntó entonces, tal y como cuenta en Coming Home Network.
Esta pregunta se materializó en la necesidad de acudir a una iglesia, pero por problemas de horario y logísticos acabó en un grupo cristiano no católico. Sn embargo, “tenía un gran hambre de saber sobre Jesús” que no lograba llenar en esta iglesia ni hallaba respuesta a las numerosas preguntas de todo tipo que tenía.
Pero entonces en el quirófano, un médico que sabía de sus inquietudes le entregó un libro. Se trataba del Catecismo de la Iglesia Católica. “Tal vez podría ayudarte porque esto es básicamente lo que los católicos creen y por qué lo creemos”, le dijo a Alicia al entregárselo.
Básicamente en ese momento que recibió el Catecismo se mantenía esa lucha con el aborto. Ella simplemente sentía que “no podía hacerlo en conciencia, que un lugar profundo en mi interior, que sabía que yo no podía obligarme a practicar abortos. Era difícil y no sabía por qué pero sabía que la respuesta era no, no podía hacerlos, y era mi conciencia”.
¿Qué hizo en cuanto tuvo en sus manos el Catecismo? Lo primero fue buscar en el índice la palabra “conciencia”. Lo encontró y entendió que “un lugar donde el hombre está solo con Dios en sus pensamientos más íntimos y Dios resuena en nuestros corazones y lugares más interiores”.
Su experiencia le decía que eso era cierto, pue había resonado en mí “de una manera que no podría describir. Simplemente lo supe en ese momento. Eso es todo”.
Siguió leyendo el Catecismo y las notas con citas bíblicas que aparecen. Así fue como empezó a buscar una iglesia católica y a conocer en profundidad el catolicismo. Y se planteó finalmente el Catecumenado de Adultos hasta que finalmente se convirtió en católica el 11 de abril de 2009.